Comunicarse en Navidad
Es frecuente que, al acercarse una fiesta memorable, pasen los días más deprisa de lo que uno imaginaba y, casi sin darse cuenta, se tope con esa fecha sin haber cumplido los preparativos que debía. Así me ocurre cada víspera de Navidad: no envié a tiempo las entrañables felicitaciones a los familiares y buenos amigos que tengo en lista. Una solución de emergencia es el correo electrónico que, pese a su eficacia, difícilmente sustituye la intimidad de una simple hoja de papel manuscrita y firmada con nuestro personalísimo garabato, o de una tarjeta con un bien escogido motivo navideño y una frase cariñosa y bien sentida.
Dicho sea de paso, me llegan amables tarjetones que me desean “felices fiestas de fin de año” o algo así de indefinido. Evitan la palabra “Navidad”. Me da la impresión de que el remitente ha mandado comprar, vía secretaria, un número de esos tarjetones que ya vienen con la frase anodina impresa. Tengo la maliciosa sospecha de que me felicitan por riguroso orden alfabético de guía telefónica. Tal vez ese remitente quiso evitar el riesgo de congratular la Navidad a un judío ortodoxo, o a un islámico fundamentalista o a un laicista de resabios decimonónicos o a un cósmico astronáutico. Hay que ser precavido. Reconozco que ese remitente es muy educado y cauto. Incluso, desde esta columna periodística --si es que tiene la oportunidad de leerme-- correspondo a su amable felicitación con todo afecto.
Paso ahora otro capítulo sobre las diversas formas de hacer llegar nuestro afecto en estos días navideños. Lo cierto es que, como más personalizadas sean las felicitaciones, serán más entrañables y creíbles. Los viejos como el que suscribe, o los menos viejos pero con algunos añitos, todavía recordamos que la gente se visitaba en sus casas. Hoy, las distancias hacen menos frecuentes esas visitas. Sí que hay hijos que recorren largas distancias para abrazar a sus padres, y viceversa, aunque menos. Pero una nevada, una lluvia torrencial, un corte de carretera, la suspensión de miles de vuelos por el mal tiempo, son los odiosos enemigos de las Navidades en familia. Con todo, la otra vía que suple hasta cierto punto la sensación de “proximidad” es el teléfono. Personalmente, me siento más cerca de las personas queridas, a través del teléfono (de hilo o inalámbrico) que con una tarjeta, que también la aprecio. Por último, aunque no el final (dígalo Ud. en inglés que queda muy chic), la tecnología nos ofrece cada día un nuevo modo de comunicarnos y no sólo de tú a tú, sino en ese mercado persa que llaman redes sociales.
Bien. Me he extendido afectuosamente en escribir algunas banalidades sobre los diversos modos de felicitarse en Navidad. Corresponde ahora preguntarse el porqué de ese gozo interior que los cristianos tratamos de sentir, exteriorizar y transmitir. Lo cantaron los ángeles en el pequeñísimo pueblo de Belén, anunciando al Niño que iba a nacer de una muy joven virgen y madre, escogida por Dios Padre para que por obra del Espíritu Santo, diera a luz al Hijo, Jesús, Dios hecho hombre, Redentor de la humanidad. En esta apretada descripción del milagro de la Navidad, se encierra lo esencial de nuestra fe, del gozo interno que nos rebalsa de tal modo que sentimos la necesidad de comunicarlo a los demás. ¡Feliz Navidad!
